Joan Carles March: “La pandemia COVID-19 ha generado otras pandemias: la de la falta o retraso de atención a pacientes crónicos, la de salud mental y la de la COVID persistente”
Seguimos reflexionando acerca del pasado, el presente y el futuro de la seguridad del paciente y de la asistencia sanitaria tras la pandemia COVID-19. Tras la entrevista a Jordi Varela, uno de los mayores expertos en gestión clínica de nuestro país, tenemos el placer de entrevistar a Joan Carles March.
Joan Carles March es actualmente codirector de la Escuela de Pacientes de Andalucía, una escuela donde los profesores son pacientes expertos de diferentes enfermedades crónicas, como el asma, la EPOC o la diabetes, entre otras, y que forman a otros pacientes. Pero no solo eso, Joan Carles March es un hombre polifacético. Además de Licenciado en Medicina por la Universidad Autonóma de Barcelona y doctor en medicina, es Diplomado en Sanidad, Diplomado en Estadística, Master en Salud Pública y Administración Sanitaria y Médico Especialista en Medicina Preventiva y Salud, divulgador, investigador, consultor, colaborador en medios de comunicación…
Desde FIDISP hemos querido charlar con Joan Carles March para conocer su opinión, como médico experto en Promoción de la Salud y Salud Pública y profesional muy cercano a los pacientes, sobre cómo ha afectado la pandemia COVID-19 a la seguridad del paciente.
Mirando hacia atrás en la pandemia y viendo cómo se ha realizado la asistencia desde su inicio hasta la actualidad, ¿cuáles han sido para usted los principales problemas de seguridad que han ido surgiendo?
La pandemia ha afectado al conjunto del sistema sanitario en muchos momentos y está claro que ha habido problemas de seguridad para los profesionales sanitarios y para los pacientes. En la primera etapa el problema de seguridad estuvo ligado a la falta de EPIs para los profesionales y al no uso de mascarillas por parte de quienes iban a un centro sanitario. Así, ni sanitarios ni pacientes tenían los elementos básicos para que se pudiera hacer una asistencia con seguridad.
Cuando se pudo disponer de EPIs los problemas de seguridad fueron, en mi opinión, dos. Por un lado, un problema de seguridad clínica y de diagnóstico preciso. Y es que no a todas las personas que tenían síntomas o signos asociados a una posible COVID-19 se les hacían las pruebas. Así, mucha gente no tiene la certeza (PCR positiva) y muchas de ellas se enfrentan ahora a un posible COVID persistente… sin estar claro que sea así. Por otro lado, ha habido un problema de seguridad en la etapa final de la vida, puesto que el no poder hacer una despedida adecuada, un duelo del proceso del morir, que no haya habido un “buen” morir, es un problema añadido muy importante.
Estos son los tres problemas de seguridad que, para mí, han sido fundamentales y que se han ido superando a lo largo de la pandemia ya que Progresivamente ha habido EPIs, ha habido test diagnósticos y se ha posibilitado hacer una buena despedida al final de la vida y un mejor acompañamiento, con contacto, visitas, etc.
A ellos hay que añadir una última cuestión y es el hecho de que la seguridad clínica también va ligada a un buen tratamiento. Al enfrentarnos a una enfermedad desconocida, nueva, teníamos que probar (ensayo-error) diferentes tratamientos y y en ese proceso ha habido medicamentos que se plantearon como la panacea y que, con el tiempo, se han visto que no lo eran.
¿Y en los pacientes no COVID?
La pandemia ha generado pandemias asociadas. Una muy importante ha sido con los pacientes crónicos, que se han visto desprotegidos. No tenían el seguimiento ni la atención que recibían antes desde atención primaria, enfermería o atención especializada… y eso ha generado muchos problemas. A algunos les ha costado la vida y otros han perdido el control de su enfermedad.
Eso ha pasado menos en personas que estaban formadas, pacientes expertos, pacientes que habían acudido, por ejemplo, a la Escuela de Pacientes como la de Andalucía. Muchos de ellos nos han contado que a pesar de la dureza -sobre todo en la época de confinamiento pero también después por las dificultades de acceso a los servicios sanitarios- sentían que llevaban la mochila llena por la formación que habían hecho previamente con nosotros. Y esa mochila llena les había ayudado a fortalecer aspectos como la visión optimista, trabajando las emociones positivas en un entorno en el que había muchos elementos negativos, y saber sobre determinados elementos que les permitían tomar las decisiones adecuadas en relación con su enfermedad.
A esto hay que añadir, además, la pandemia de la salud mental. Si al confinamiento le añadimos el miedo, la incertidumbre, la sensación de no control,… nos encontramos ahora con un aumento de casos de problemas de salud mental.
Y a esas dos pandemias, la de los pacientes crónicos y la de la salud mental, le podríamos sumar una tercera, que es la pandemia de la COVID persistente, que está afectando a mucha gente, que ha perdido muchísima calidad de vida y ve afectada tanto su vida laboral como personal y no disponen de tratamiento.
Vamos a necesitar mucho tiempo para abordar estas tres pandemias.
A su parecer, ¿cómo ha quedado el concepto de la cultura de la seguridad del paciente entre los profesionales y las organizaciones sanitarias después de un año de pandemia y cinco olas de contagios?
Yo creo que ha habido un avance en seguridad del paciente muy importante y que, probablemente, no tendrá marcha atrás, y es el lavado de manos. No hay nadie que después de visitar/tocar a un paciente no se lave las manos, y antes la higiene de manos era uno de los déficits que necesitábamos trabajar.
También ha ayudado mucho a mejorar la seguridad del paciente el uso de mascarillas, lo que ha ayudado a disminuir el número de infecciones respiratorias, sobre todo a minimizar el número de reinfecciones en pacientes con problemas respiratorios crónicos. La mascarilla ha sido un elemento de control de la infección por SaRS-Cov-2 y otros virus respiratorios, sin duda alguna.
Hay cuestiones en las que habrá que insistir. Si somos un poco “asiáticos” y entendemos que la mascarilla puede ser un muy buen elemento para seguir usando, no siempre, pero sí en determinados momentos (al estar enfermos, al ir a un hospital, al atender a un paciente…) de alguna forma ayudaremos a disminuir los casos de infecciones víricas y bienvenido sea.
Con los cambios que ha sufrido el sistema sanitario en algo más de un año y medio, y a su vez la implantación de alternativas asistenciales que se han ido generando (como por ejemplo la teleasistencia, la visita virtual, etc. ) es probable que aparezcan nuevas situaciones de riesgo no contempladas hasta ahora. Pensando en las estrategias para garantizar la prevención de riesgos asistenciales y la seguridad del paciente ¿Cuáles son según su criterio los nuevos aspectos que deben ser tenidos en cuenta para garantizar una atención más segura?
Creo que hay cosas que no nos pueden volver a pasar, como el tema del duelo. No puede volver a pasar que la gente no pueda despedirse de sus seres queridos, que se llevaran a un paciente al hospital por un posible COVID y no lo vuelvas a ver… hasta recibir sus cenizas. No puede volver a pasar que se rompa la continuidad de la relación con los seres queridos del paciente. Es algo que hay que mantener y que una pandemia no puede volver a romper. Y eso que las nuevas tecnologías han minimizado en algunos momentos y en algunos casos esa situación.
Una de las cosas buenas de esta pandemia ha sido que todo el mundo ha hecho de todo, un pediatra o un traumatólogo, por ejemplo, han visto COVID de personas adultas… y el ámbito de la atención a pacientes críticos ha sido una cuestión compartida por intensivistas y anestesistas, incluso internistas. Ese trabajo interprofesional, en el que Enfermería ha tenido un papel clave, da pistas de que podemos trabajar más en equipo y que este trabajo en equipo ayuda a una mayor seguridad del paciente, sin duda alguna. Tenemos que mejorar nuestro trabajo en equipo como una manera de mejorar las formas en que nos relacionamos con los pacientes.
La pandemia nos ha obligado a avanzar a marchas forzadas en la digitalización de la atención sanitaria, ¿están los pacientes y los profesionales preparados para la atención a distancia? ¿Qué está suponiendo esta “obligación” de consultas telefónicas o virtuales para unos y otros?
Atención Primaria ha seguido estando ahí, pero los pacientes tienen la sensación de que han perdido un poco las posibilidades de atención. La tecnología tiene que ayudar a una buena atención y es cierto que una atención telefónica no es una atención telemática y que, además, hay personas que no tienen los medios tecnológicos para relacionarse con los profesionales de esta manera.
Todo lo que ha pasado en esta pandemia nos obliga a repensar el sistema de arriba abajo.
Hay que repensar la Atención Primaria, hay que repensar el hospital y hacer un trabajo de fondo, no de forma. Creo que si no trabajamos de fondo el sistema, si no se meten recursos y nuevas formas de hacer, si no trabajamos con los pacientes trabajando, si no incorporamos nuevos profesionales (psicólogos, farmacéuticos, trabajadores sociales…), si no hacemos un cambio en nuestra manera de hacer… no llegaremos al nivel que debemos llegar. Necesitamos un sistema diferente, un sistema más cercano a los pacientes, un sistema que utilice las tecnologías, pero que estas no sean un lugar de distancia, sino de cercanía. Y plantear cambios que permitan una mejor atención.
En la actualidad, en Atención Primaria no hay ni el porcentaje de inversión ni el número de profesionales necesarios. Y en los hospitales se sigue trabajando de la misma manera que hace 40 años. Necesitamos un cambio en la relación AP-hospitales y también en la relación entre el sistema sanitario y los pacientes. Debemos plantear una acción familiar y comunitaria mucho mayor y mejor donde los profesionales tengan tiempo para conocer en qué comunidad trabajan, cuál es la familia de los pacientes, sus circunstancias,…
En definitiva, la pandemia debería ayudar a hacer un cambio en el sistema, un cambio que implica más inversión y diferentes maneras de hacer y de actuar, de unos y otros, de todos. Un cambio de modelo que permita romper la dinámica y en el que las nuevas tecnologías deben tener un papel fundamental, ofreciendo una mejor atención en todos los sentidos.