Gustavo Tolchinsky: “El impacto físico, psicológico y emocional de la COVID-19 sobre los profesionales sanitarios es un reto para las organizaciones”
Desde sus múltiples responsabilidades de Jefe del Servicio de Medicina Interna del Hospital Municipal de Badalona, vicepresidente del Comité de Ética Asistencial de Badalona Serveis Assistencials, secretario de la Junta de Gobierno del COMB y coordinador del Programa de Atención Integral al Médico Enfermo (PAIMM) en Cataluña, Gustavo Tolchinsky ha vivido en primera fila toda la pandemia. Su doble rol, asistencial y de gestión, le permite tener una mirada directa y a la vez reflexiva sobre lo vivido por los profesionales sanitarios en este año de lucha contra la COVID-19.
Un año después de declarada la pandemia de SARS-CoV-2, pocos dudan de que los profesionales sanitarios han sido un colectivo especialmente afectado. En primer lugar, porque han sido miles los que han contraído la enfermedad mientras desarrollaban su trabajo, no siempre con las condiciones de protección y seguridad optimas. También porque el propio desarrollo de la pandemia los expuso a situaciones estresantes y a la toma de decisiones que, en muchos casos, han terminado por afectar la salud psicoemocional de los propios profesionales. De todo esto hablamos con el Dr. Gustavo Tolchinsky.
¿Podría decirse que los profesionales de la salud son unas segundas víctimas de la pandemia?
Clásicamente definimos como segunda víctima a los profesionales que afrontan procesos de judicialización derivados de una mala praxis. El impacto psicológico del daño al paciente y de la judicialización es tal que modifica, no de manera positiva, la praxis del profesional, aumentando la medicina defensiva o incluso llegando a abandonar la profesión.
En el caso de la pandemia, además del daño directo de la COVID-19 sobre quienes la padecen, vemos que el impacto físico, psicológico y emocional sobre los profesionales sanitarios es de tal magnitud que se ha convertido de por sí en un reto añadido para las organizaciones, que pone en jaque la sostenibilidad de un sistema cuyo verdadero puntal son las personas y no las estructuras sanitarias.
Dado que no se ha convenido cuáles son los indicadores específicos que conforman una “segunda víctima”, más que indicar cuáles lo son y cuáles no, podemos hablar de ese impacto físico, emocional o impacto sobre la práctica clínica. Pero en el continuo que va desde la nula afectación hasta las personas que se han planteado abandonar la profesión o los que están de baja por el impacto psicológico, se hace difícil precisar cuándo empieza o acaba una segunda víctima.
¿Tienen alguna estimación de la cantidad de profesionales que han padecido ese sufrimiento psicoemocional provocado por la pandemia de COVID-19?
Las afectaciones que hemos sufrido los profesionales sanitarios son fluctuantes. Hemos podido ver que el grado de agotamiento físico y emocional durante y después de la primera ola han variado. La situación epidemiológica ha sido muy distinta, por ejemplo, entre el mes de marzo y los meses de junio o julio. Los estudios realizados entre la primera y la segunda ola desde la Fundación Galatea junto con la OMC, IESE y EIB-UB indican que un 42% de los profesionales médicos estaban más cansados y se sentían menos preparados para afrontar una segunda ola.
¿Cuáles han sido los profesionales sanitarios más afectados por ese sufrimiento psicoemocional? En el caso concreto de los médicos, ¿de qué especialidades?
Si tomamos como indicador la demanda de ayuda recibida en el programa de Tele Apoyo Psicológico (TAP) que desde la Fundación Galatea se dispuso para poder dar respuesta a estos casos, vemos que no se trata tanto de especialidades como de ámbitos de ejercicio. Del conjunto de profesionales de la salud atendidos en el TAP, los que más ayuda demandan son del ámbito hospitalario (47%); seguidos por los de la atención primaria (23%) y los del sector residencial (8%). Pero si miramos el impacto sobre la motivación para seguir en el ejercicio médico es mayor en la atención primaria: un 31,7% de los médicos de AP se han planteado dejar el ejercicio profesional, frente a un 21,3% de los compañeros de ámbito hospitalario.
Durante las primeras semanas del 2021 estamos viendo un incremento muy importante en la demanda de ayuda a través del TAP, y habrá que ver los perfiles de profesionales que acuden ahora que estamos saliendo ya de la tercera ola de esta pandemia.
¿Cuáles son las principales causas que provocan ese sufrimiento psicoemocional de los profesionales sanitarios en la pandemia por COVID-19?
La carga de trabajo, el distrés ético y moral ante la dificultad de la toma de decisiones o la de proveer de recursos necesarios para todos los pacientes, y el aislamiento de los profesionales para proteger a sus familias son algunos de los factores preponderantes.
Según el estudio mencionado previamente, a veces no es el ámbito ni la especialidad los que condicionan un mayor riesgo, sino la manera de organizarse en el ejercicio. Integrar un equipo que no tenga disfunciones en las relaciones confiere menor riesgo frente a un ejercicio más individual. La posibilidad de compartir decisiones o dilemas éticos en el seno de un equipo supone un factor de protección para el individuo.
¿Qué síntomas presentan estos profesionales sanitarios afectados psicoemocionalmente por la pandemia? ¿Y qué tipos de ayuda o apoyo precisan?
Como decíamos al principio, los síntomas pueden agruparse en dos grandes categorías: la fatiga emocional, que experimentaron más del 65% de los profesionales, y la fatiga, presente en un 57% de los encuestados.
El programa TAP ha recogido y resumido de forma genérica el tipo de vivencias expresadas por los propios profesionales y la necesidad de apoyo recibido y desplegado por los profesionales asistenciales.
Por un lado, nos encontramos con un perfil de profesionales que expresaban la necesidad de explicar el malestar emocional: la percepción de amenaza individual y de competencia colectiva, la dificultad para afrontar la incertidumbre, ansiedad, culpa por no poder hacer más. Suelen ser consultas directas y rápidas. Estas precisan un apoyo que incluye la escucha activa, una buena recepción de los mensajes sobre los factores de resiliencia y de motivación, y resaltar la vivencia de buen clima de equipo.
Por otro lado, había otro perfil que experimentaba cambios en la naturaleza del malestar, con sentimiento de desbordamiento, indefensión, duelo por las pérdidas, miedo por la familia, ansiedad, sentimientos ambivalentes con relación a la presencia asistencial, culpa por el propio miedo y necesidad de protegerse. Se trata de consultas más complejas. Mayor dificultad para cumplir la ratio por paciente. Estos casos se abordan con la necesidad de escucha activa y validación de emociones y comportamientos. Se observa que disminuye la recepción de los mensajes sobre los factores de resiliencia y de motivación. A menudo aparecen conflictos individuales latentes, y los profesionales presentan problemas para reubicarse en el momento actual.
Luego también están las manifestaciones del malestar, caracterizado por el agotamiento, la indefensión individual y colectiva, la necesidad de reconocimiento directo del esfuerzo, la proyección del malestar hacia la organización y los responsables del sistema, y aparece la fragmentación en los equipos. Experimentan duelo por las pérdidas de diversa índole, al mismo tiempo que negación y proyección del malestar. Crecen las dificultades para pedir apoyo individual y presentan necesidades terapéuticas más profundas. Se manifiesta el malestar con miembros del equipo y con la organización. Sienten indefensión ante el presente y el futuro inmediato. Se necesitan vías de diálogo, reflexión estratégica y recursos individuales para reubicarse en la nueva realidad.
¿Cómo está afrontando el COMB esta cuestión para dar soporte a los profesionales durante la pandemia?
Desde bien al inicio de la pandemia el COMB realizó acciones en todos los ámbitos que podían considerarse las “necesidades” de los profesionales y organizaciones. Desde la provisión de material de protección (EPIs) y herramientas de trabajo (por ejemplo, ecógrafos portátiles para la atención primaria), pasando por aspectos más legales o del ámbito asegurador, y también como canalizador de la oferta de profesionales voluntarios y centros necesitados de mano de obra por la gran cantidad de bajas de profesionales motivadas por los contagios. Todas estas medidas y otras son protectoras, porque dieron al profesional la sensación de que tiene herramientas para afrontar los retos tan grandiosos y virulentos que planteaba la pandemia en su inicio.
En paralelo, gracias a la experiencia que ya tiene la Fundación Galatea con el SEPS (Servicio de Apoyo Psicológico para los Profesionales de la Salud), se hizo un esfuerzo enorme para ofrecer una herramienta telemática de apoyo psicológico, el TAP. La gran agilidad con la que se actuó, la ayuda económica que los patrocinadores brindaron y la colaboración con el Colegio de Psicólogos fueron claves para conseguir extender este programa a toda Cataluña y luego al resto del Estado.
Además, se ha desplegado una serie de iniciativas, como los grupos terapéuticos, y las intervenciones concretas en equipos asistenciales. También se ha iniciado la experiencia del Ágora Galatea, un espacio virtual de participación interdisciplinaria dinamizado por profesionales de la Fundación Galatea.
¿Qué papel ha jugado el programa PAIMM en todo ello?
El PAIMM es una herramienta para atender a los profesionales con patología psicoadictiva. En los casos en que desde el TAP se detecta que, más allá de una respuesta emocional que requiera apoyo estamos ante un trastorno con componentes patológicos que demanda un abordaje más multidisciplinar con terapia y manejo psiquiátrico, se dirige al profesional hacia este recurso. Nuevamente, la suerte de contar con más de 20 años de experiencia atendiendo a compañeros con este tipo de patologías ha hecho que este recurso fuera lo suficientemente robusto, tanto por la experiencia del equipo asistencial como la disponibilidad de las instalaciones, para dar respuesta a los casos más graves.
Por otro lado, en el PAIMM hacemos seguimiento desde antes de la pandemia (igual que los otros programas asistenciales del resto de colectivos profesionales) a médicos que en el contexto de la pandemia tenían alto riesgo de descompensación, dificultad para hacer el seguimiento clínico habitual o acudir a la clínica para recibir tratamientos o realizar pruebas. Es importante remarcar que estos profesionales, en muchos casos, han estado en primera línea de la pandemia pese a ser, a priori, vulnerables. El equipo asistencial también aquí se ha reconvertido para dar mayor apoyo por medios telemáticos y con mayor frecuencia, para evitar descompensaciones y contener el mismo sufrimiento que antes comentábamos para todas las profesiones sanitarias
¿Qué cree que se puede hacer para minimizar el número de profesionales afectados psicoemocionalmente por la pandemia en la situación actual de la tercera ola?
Es evidente que cada ola nos muestra nuestras vulnerabilidades desde otra perspectiva. Aquellos factores que en la primera ola podían ser un factor de estrés muy marcado, como la falta de EPIs o la ausencia de pautas claras y estandarizadas de tratamiento, en este caso son menos relevantes. En cambio, que se revivan situaciones de sobrecarga laboral, el miedo a contagiar a familiares o la tensión por cómo se organizan las vacunaciones son factores presentes en la actualidad.
Está claro que lo primero es proteger a los profesionales, disponer de herramientas a nivel asistencial, trabajar en equipo y equilibrar las cargas de trabajo y los descansos. Estos elementos van a evitar un mayor impacto en los profesionales.
En segundo lugar, identificar y ofrecer ayuda a los profesionales que manifiesten signos de malestar o agotamiento. A veces se considera que con un descanso tendrán suficiente, pero los factores que provocan su malestar siguen latentes y se reavivan de inmediato al volver al puesto de trabajo.
Hay aspectos que independientemente de la pandemia de COVID19 son básicos y que los profesionales de la salud debemos saber cuidar, como son las relaciones personales, las aficiones, los hábitos saludables más allá de la medicina. Con la COVID-19 resulta difícil encontrar espacios para seguir cultivándolos, tanto por las restricciones con distanciamiento social como por el hecho de que la temática está presente en todos los ámbitos y resulta difícil abstraerse una vez se está fuera del entorno profesional. En resumen, el bienestar, cuidarse, a nivel personal ya no es una opción, sino que se trata de un imperativo ético y deontológico.